Estamos asistiendo a un momento del desarrollo informativo que se caracteriza, esencialmente, por una auténtica explosión de medios, formatos, fuentes informativas, medios y personas interconectadas. Nada (o casi nada) escapa a esa Red. Una extensión que no sólo alude a la cantidad (a una decidida espiral de sobreabundancia) sino que muestra, además, cambios inusitados en la velocidad de transferencia, en la globalidad de los procesos, en la capacidad de los intercambios, en la diversidad de los agentes y en la mutabilidad de sus funciones; un cambio tan evolutivo como revolucionario.
De este Big bang de la información, como señala Cebrián Herreros (2005), aún desconocemos dónde nos llevará, pero sí conocemos ya algunos de sus rasgos característicos y que suponen, de entrada, un cambio estructural de importantes dimensiones en el sector de la comunicación:
- Cambios técnicos. La evolución tecnológica ha facilitado/condicionado la evolución de los medios de masas tradicionales, dando cabida al nacimiento de medios y servicios alternativos novedosos.
- Cambios comunicativos. Proceso de cambio desde un modelo lineal de comunicación a otro interactivo e inmersivo, personalizado, ad hoc.
- Cambios culturales. Paso de una cultura fundamentalmente escrita a una cultura de expresión global, audiovisual y multimedia. Fundamentación de un sistema basado en la cultura de lo compartido, de la actividad social, de la participación.
- Cambios socio-económicos. La estructura social, los cambios y hábitos de los usuarios, condicionan y modifican los modelos de negocio tradicionales de los medios de masas, e imponen a las empresas la búsqueda de nuevas estrategias de mercado.
Aunque no debemos perder de vista que, como sugieren López García y Otero López: El panorama actual provoca muchos interrogantes. Cambia el contexto social, político, económico, cultural, tecnológico… Hay nuevas herramientas, perfiles profesionales, condiciones laborales, propuestas empresariales, demandas de los usuarios, variedad de los productos… Ciertamente es así, pero lo básico permanece: contar lo que ocurre en la sociedad de la mano de una profesión con códigos propios, mecanismos de autorregularción y una regulación que defienda los intereses de los sujetos de la información, que son los ciudadanos (2005:11)
Como señala Juan Valera (2008), hemos pasado de una “era de la escasez”, en la que el valor de la información estaba directamente relacionado con la dificultad de conseguir aquella que resultaba veraz y actualizada, a una “era de la abundancia” en el que la dificultad ya no radica en cómo lograr esa información (que a veces es casi excesiva), sino que lo relevante ahora es dilucidar cuál es la verdaderamente valiosa, contrastarla adecuadamente, y tamizarla para que pueda ofrecerse de forma adecuada a la audiencia. Para este autor, en este paso se produce una migración de criterios sobre el concepto de información:
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